miércoles, 1 de junio de 2011

Dos más uno.

"Cuando recorría tu piel sentí que la perdía" le dijo, sentado al borde de la cama. Miraba por la ventana la ciudad que gritaba al compás de las bocinas de los autos. Las luces de los edificios distantes titilaban, rojas azules y amarillas. Todo se veía tranquilo de noche en la ciudad del caos. "Cómo que la perdías?" preguntó vacilando un poco.
Hacía ya meses que se encontraban esporádicamente a complacer un capricho que se les había alargado un poco más de la cuenta. Él solía sentarse en el borde de la cama y fumarse un cigarro dándole su espalda llena de constelaciones de lunares a su acompañante. Ella se fijaba en la silueta a contra luz que se erguía ante ella como una escultura, y casi nunca decía nada.
"Nada, yo sólo me entiendo" Cogió el anillo que dejaba metido en la gaveta, como para que no lo juzgara. Se levantó de la cama y recogió los pantalones negros de su flux revisó los bolsillos y sacó la cajetilla. Tomó un cigarro y lo encendió inhalando las palabras que no se atrevió a decir, disfrazadas con humo y nicotina. "Deberías dejar de fumar" sentenció acostada desde la cama mientras él sin inmutarse inhaló nuevamente una bocanada de humo que luego expulsó sin remordimiento alguno. "Ella me lo ha dicho desde hace años, y sigo fumando. No pierdas tu tiempo." Arrojó la colilla por la ventana y la vio caer, luego se volteó sin mirarla y recogió la camisa blanca, un poco arrugada y se la colocó. "Estás más apurado que de costumbre, te espera?" Él no dijo nada y siguió vistiéndose. Cogió por último la chaqueta y se colgó la corbata del cuello, "hoy son 4 años, tenemos una reservación a las 9, tengo que irme."
Se levantó sin ropas de la cama y se abrió paso entre las cosas que estaban tiradas en el suelo, hasta llegar a él, "Déjame que te amarro la corbata, así no se da cuenta de que te la volviste a hacer."

"Son las 9 y 18, tengo casi veinte minutos esperando sentada" dijo desde la silla, luciendo un hermoso vestido escarlata que habían comprado hace apenas dos meses. "Estás hermosa, discúlpame tuve que quedarme hablando con Guillermo, tenemos que presentar un caso difícil y se nos presentó un inconveniente. Está involucrado en un negocio de drogas con el cartel que trabaja en la frontera con Brasil...no te aburriré con eso" se interrumpió a si mismo dándole un beso en la mejilla. Con qué facilidad podía inventar excusas. Se estaba convirtiendo en un maestro. Ella lo siguió con la mirada mientras se acercaba, y suspiró cuando notó un aroma familiar al besarle, "Guillermo está utilizado el mismo perfume que ella, ahora?" El restaurante se congeló, helando cada parte de su cuerpo, tensando cada músculo y dilatando sus pupilas. "No comiences" escupió entre dientes un poco asustado. "No comenzaré nada, de hecho aprovecharé para ponerle fin a esto" le dijo mirando fijamente el par de ojos café de los que se había enamorado alguna vez. Colocó sobre la mesa vestida de blanco, un anillo de oro más pequeño que el de él, y lo arrimó hasta el centro. Ambas miradas seguían aquellas manos frágiles mientras recorrían el mantel. "Los papeles te llegarán la semana que viene" dijo mirándole. Su quijada, cuadrada y masculina se tensó mientras apretaba los dientes, sin decir nada. "Me cansé de morir por ti, quiero vivir" pronunciaron sus labios con la sutileza más áspera que el conoció jamás. "He sido más fuerte de lo que pensé que podía ser, aguanté más de lo que me imaginaba posible, te perdoné, pero también me cansé. No de que me mintieras nada más, sino de mentirme a mi misma" el silencio se hizo demasiado agudo, y por primera vez él se atrevió a romperlo "Perdóname" ella rió cínica e irónicamente calmada, "qué poco necesitas mi perdón." Se levantó de la silla, y recogió la cartera que estaba colgada del respaldar. La mirada de él seguía perdida en el blanco del mantel mientras, la antes dueña del anillo que quedó abandonado en la mesa, se marchaba.

"Y tu cena?" preguntó al abrir la puerta. "Guillermo no usa tu perfume. Me dejó el anillo" respondió, borracho. "Pasa" le dijo indiferente, cerrando la puerta después de que pasara. "Y ahora, qué?" preguntó viendo aquel par de ojos café enrojecidos. "Nada, no quiero pensar" dijo recostándose en un sofá, "la perdí recorriendo tu piel."

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